las 101 cagadas del espaniol.pdf

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Datos del libro
©2014, Irazusta, Maria
©2014, S.L.U. ESPASA LIBROS
ISBN: 9788467041378
Generado con: QualityEbook v0.75
Generado por: 261200, 15/09/2014
Las 101 Cagadas del Español
María Irazusta
Reaprende nuestro idioma y descubre algunas curiosidades
A mi diosa, mi madre.
MARÍA
Las 101 cagadas del español
es un ameno bestiario de desafueros lingüísticos escrito por María
Irazusta, en colaboración con un grupo de periodistas, que han salido al rescate de nuestra maltratada
lengua siguiendo la consigna platónica de que aprender es recordar. Una obra didáctica, entretenida e
irónica que señala los errores más frecuentes de nuestro idioma y se cuestiona incluso algunas decisiones
contradictorias de la RAE: ¿por qué acepta aberraciones como
almóndiga
o
asín
y, sin embargo,
destierra
negrísimo
para defender
negérrimo?
Pero ya mucho antes, Lope de Vega, Umbral, Torrente
Ballester o el mismísimo Delibes la cagaron. Y partiendo del error humano y de la naturaleza mutable del
lenguaje, aquí hallarás algunas claves (y otras curiosidades) para aprender español.
María Irazusta
La voz y la palabra
Son caprichosas, melancólicas, nostálgicas. Envejecen mal. Se ponen tristes con más frecuencia de la
debida. En ocasiones son perversas, confunden a quien las dice, y existe un tiempo en que las palabras,
todas las palabras, pierden el registro primigenio y se perturban y no encuentran el camino de salida, el
mecanismo preciso que da cuenta y razón de su significado.
Se desorientan en un laberinto enmarañado y se vuelven silencio, o quejido, o lamento.
Suelo contar que en el hogar de los nombres, en el lugar en donde viven las palabras, en los libros que
las encierran, en las páginas que reivindican los textos, que nos acercan a los lugares en donde fuimos
felices, a veces llega la desmemoria que borra las frases, que provoca que el olvido juegue con un viento
que destierra las sílabas, que oscurece las letras y deja las páginas en blanco.
Es la desmemoria de los libros moribundos aquejados de un mal que ataca las bibliotecas, que envilece
los anaqueles, que hace que la muerte de las palabras se instale en las librerías.
Cuento un suceso que acaeció, que protagonizó una antigua edición de la Divina
Comedia
de Dante,
que ocupó y ocupa un lugar de honor entre mis libros más amados, como antes le aconteció de idéntica
guisa en las bibliotecas de mi padre después que mi abuelo le donara tan preciado tesoro.
Pues bien, la obra del Dante, zalamera y coqueta, me urgió durante mucho tiempo a que me perdiera
entre sus páginas cuando el aroma del verano se presagiaba en las primaveras.
Descendía con su autor a los infiernos, o me quedaba prendido de esa belleza pérfida del Purgatorio en
los decadentes otoños.
Un día ignoré aquel libro de primorosa encuadernación, con sus tapas de piel desvaídas por el uso,
ajadas por la frecuencia de lecturas reiteradas, y se quedó yerto, frío como un cadáver en el lugar que
ocupaba en mi biblioteca familiar.
Una tarde, era abril y habían pasado algunos años, procuré el tomo, busqué la página que recordaba, y
al encontrarla descubrí que las frases se habían borrado.
Entonces busqué, y encontré, una edición popular de la Divina Comedia, y comencé a leer en voz baja,
casi susurrando, el texto que en la vieja edición había desaparecido, y de inmediato vi como brotaban las
palabras, crecían las sílabas, se engarzaban las frases y se completaba la página que había huido
cabalgando tristezas.
Nunca más deje que el tiempo borrara mi memoria libresca y que me fuera llevando a ese desván
oscuro donde vive el olvido.
Tengo ante mí una suerte de manual que contiene una miscelánea, un juego de palabras que sintetízalo
que da en llamar las 101 cagadas (y otras curiosidades de nuestro idioma). Un libro a muchas manos, un
recopilatorio colectivo que tiene vocación de texto heterodoxo para reaprender el español y reiniciar el
disco duro de un idioma tan glande como la mar océana, tan vilipendiado y agredido como un rap
chicano, tan transgredido como una gavilla de líneas rojas traspasadas.
Meritorio empeño que tiene en su enunciado el entrañable coño de la Bernarda ubicado en el corazón
mismo del corral de la Pacheca. En llegado a este punto y para aviso de navegantes, debo decir que, al
igual que García Márquez, nunca he sido partidario de poner corsés al idioma, de salpimentar los textos
con tildes y un surtido de puntos, comas y apéndices exclamativos para resaltar interjecciones.
Mi procedencia y admiración por la tradición oral del idioma me impide ser agrimensor de la lengua y
perito gramático, pese a mi profundo respeto por las normas que apuntalan lo que hablamos y escribimos.
Me he divertido cuando en este libro he vuelto a encontrar los pecados capitales del español y los
remansos de la vida secreta de las palabras, las curiosidades de la cultura popular haciendo
permanentemente mutis por el foro con más moral que el Alcoyano. O ese catálogo básico de las palabras
dudosamente moribundas —merecen un nuevo libro solo para ellas— que no son otra cosa que los
meandros por donde —¿o se dice entre?— discurre el gran río de la lengua.
Me solicitan, ¡pobre de mí! un prólogo, un pórtico o prefacio como cuando Violante da instrucciones
para escribir un soneto. Los preludios deben, según el canon, ser amables y eficaces. Cioran —¿o no era
él?— señalaba que deben ser una invitación a la posterior lectura. Yo así lo intento y aun a fuer de ser de
oficio un tanto redicho, aconsejo que las páginas que vienen a continuación deben ser leídas con ese
placer antiguo de lo bien escrito, de lo ameno e, ítem más, de lo útil.
Nosotros que no fabricamos maquinaria industrial, ni diseñamos vehículos a motor como si nuestra
industria fuese alemana, tenemos el mejor de los activos, nuestro personal conjunto de bienes de equipo,
en el idioma. El español es nuestra riqueza, una lengua que se universaliza en su crecimiento.
Y este libro, en este libro, viven los reclusos idiomáticos más frecuentes, los usos más deteriorados de
las perversiones cotidianas en el modo de hablar, y los remansos felices de una lengua viva en constante
evolución/involución.
El argot, las mil maneras de entenderse en español, desde lo que el libro da en llamar «chulapismos»,
que no es otra cosa que un cierto lenguaje coloquial madrileño —chachi, mendas, gachís, piltra, parné
—, nos va llevando al lunfardo porteño o al modo de expresarse en español que se utiliza en México.
Es evidente la preocupación que el equipo de hace patente cuando de comunicar se trata, incluso ese
invento cuestionable que se ha dado en llamar Marca España, aunque no aparezca de modo expreso en el
texto y sí la internización de marcas comerciales — martini, casera o aspirina— en el lenguaje de uso
cotidiano. «El sueño del publicitario», así titulan el epígrafe, constituye una singular apoteosis de la
metonimia. Capítulo aparte merece el señalado uso de anglicismos, tan traído y llevado cuando de
tópicos del idioma se trata, que aporta un dato novedoso avalado por la RAE, que da cuenta de que solo
130 palabras en inglés son de uso corriente en nuestra lengua «una gota de agua (sic) en el océano de más
de 90.000 vocablos del español».
Sin embargo, la influencia del árabe en el español es muy notable. El peso de ocho siglos de
dominación musulmana impregnó de manera transversal toda la vieja lengua española, tras su evolución
del latín. Este libro fija en un 8% del vocabulario total, en más de 4.000 palabras, el legado idiomático
del árabe.
No podía faltar en este florilegio de la lengua la zarzuela surtida de leísmos, laísmos y dequeísmos
esencialmente contaminantes en nuestro modo de hablar y de escribir.
El libro, ameno y didáctico, esencialmente divertido, es un monumental conjunto de vicios del idioma,
suavizado por curiosidades costumbristas —tiovivo, picos pardos— y un pre catálogo de palabras en
vías de extinción, arcaísmos moribundos que nadie reivindica y que sufren la ignorancia de su uso. El
libro es un gigantesco manual, un amplio surtido de fe de erratas de la lengua española.
Tampoco podía faltar el paraguas polisémico y solemne de la Real Academia Española, impregnando
respetuosamente todo el texto. La tricentenaria Academia obsesionada con limpiar, fijar y dar esplendor a
un idioma en constante expansión. La facilidad última, reciente, de la Academia y su docto consejo, para
incorporar al diccionario voces pintorescas, provoca en quienes sentimos un profundo respeto por cómo
se habla, por cómo se dicen y construyen frases y vocablos, un sentimiento cuando menos contradictorio.
Las palabras son seres orgánicos, vivos, en permanente alerta. Conviene llegar a pactos, acuerdos, para
no violentarlas. Las palabras son oraciones civiles, música callada, imprecaciones asesinas, son falaces
y mentirosas, amables y románticas, son lluvia y rocío, atardeceres y alboradas, son llanto y risa, días de
fiesta y jornadas de luto, excesivas y tímidas, saludos primeros y adioses definitivos. Nunca,
desmintiendo a Mina, son solo palabras, palabras, palabras...
Ramón Pernas
crítico y escritor
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